Fuente: Abc
24/25 de diciembre de 2007
«Desde hace años vivo angustiado, pensando que todos los días, de forma fría y sistemática, miles de niños son asesinados en mi país». Esta frase, de Julián Marías, se convirtió durante casi tres años en el asidero al que agarrarme para autoconvencerme de que los que estaban locos eran los demás, no yo.
Durante ese tiempo, no más de seis personas, con nombres y apellidos, nos dedicamos a rebuscar entre los asquerosos cubos de basura de los diversos centros abortistas de Barcelona y Madrid, intentando encontrar pruebas de los horrores que allí se cometían. En contra de todo pronóstico, eso fue lo más fácil; pues esos matarifes asesinaban acostumbrados a una impunidad total, por lo que no tenían el más mínimo pudor en tirar, junto con restos de niños descuartizados, documentos incriminatorios.
Pusimos toda esa documentación en manos de medios de comunicación, juzgados, colegios médicos, consejerías de sanidad, altos dirigentes de partidos políticos..., pero nada. Nadie estaba dispuesto a apostar un duro por «una batalla perdida». Las vidas de esos niños no merecían perder ventas, ni votos, ni prestigio público. Eran las mismas personas e instituciones que hoy, en un ejercicio alucinante de cinismo, se llevan las manos a la cabeza y ponen el grito en el cielo como si se acabasen ahora de enterar.
Todo era absurdo, igual que en la película «Matrix», pero no por ello había que rendirse. Todavía teníamos que plantear una última batalla, recurriendo a esa única táctica infalible ante la que se rinde cualquier español imbécil: «Lo de fuera siempre es mejor». Contactamos con medios de comunicación extranjeros (televisión danesa), y triunfamos.
Ha sido una victoria pequeña, y hasta con un cierto sabor agridulce. No nos cabe duda que con todo el escándalo social que hemos conseguido sacar a la luz pública, hemos podido salvar la vida de miles y miles de seres humanos, y el mero hecho de pensar que esos niños tendrán la oportunidad de contemplar la espléndida luz que irradia el cielo de España, es, sin duda, nuestro mejor regalo de Navidad. Pero no es suficiente.
Hubo un tiempo en el que la humanidad creyó que la dignidad del ser humano bien merecía todos los sacrificios necesarios para que nadie se creyese con derecho a decidir sobre la vida de nadie. Ese tipo de hombres acabaron con la esclavitud, con las persecuciones religiosas, con el nazismo.
Creámoslo de nuevo.
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