Fuente: Abc (Extracto de la Tercera)
10 de enero de 2008
Desde la fecha más antigua las más diversas sociedades han aceptado excepciones al «no matarás» que Dios dictó a Moisés. Excepciones como la militar: los vencidos en guerra eran pasados a cuchillo hasta que llegaron las no siempre cumplidas leyes de guerra, la convención de Ginebra; la mujeres pasaban al lecho de los vencedores. Había la excepción judicial: la pena de muerte, en tantos lugares. La excepción religiosa: las víctimas sacrificadas, parece que en Grecia y otros lugares en la edad más arcaica, sin duda en el Méjico y el Perú prehispánicos, toda la comunidad recogía frutos y prosperidad de aquellas víctimas engalanadas (entre ellas los españoles precipitados, tras arrancarles el corazón, por las gradas del templo mayor de México).
Y había la excepción de los niños deformes en Esparta, precipitados desde el Taigeto; y la de las niñas en China; y la de los viejos ya inútiles en tantos lugares. El aborto es otra excepción más o menos consentida a lo largo de los tiempos.
La cuestión es esta. Lo que llaman el avance de la civilización o el progreso o la democracia, como quieran, ha tendido a borrar muchas de estas excepciones. También entre los cristianos, a partir de un momento. Se ven con horror los sacrificios y condenas de tipo religioso, los de niños y niñas y viejos deformes. Se condena la pena de muerte. Se abomina de las guerras (aunque resurgen por doquier). Parece que todo eso va contra la religión y contra el progreso. En esto, al menos, estamos de acuerdo.
Y, sin embargo, hay campañas que no cesan a favor de la eutanasia y del aborto. ¿Es esto progresista? Parece que, para algunos, sí. Los demás nos quedamos estupefactos. No podemos ni creerlo. Ni que entre en las leyes, más o menos, ni que algunos obtengan beneficios económicos. Pero así es.
Y socialmente hablando, 100.000 españoles menos al año, más los que se evitan de mil otras maneras, dejan un hueco que sólo los emigrantes llenan. Nuestra nación decae. Vean Vds., esta que hago es una proclama que puede titularse religiosa pero, también, simplemente humana. Simplemente social. No vale la pena arrostrar todo esto por un puñado de votos. Esto es lo que intento: hacer ver que el Cristianismo y sus portavoces no hacen otra cosa, en este caso, que seguir a una moralidad simplemente humana. Que ellos contribuyen a defender, sacralizándola. Y que está más allá de los votos, los votos no pueden abrogarla. No pueden negar el día o la noche.
En suma: lo cristiano es continuación, culminación, de algo que es simplemente humano o desarrollo humano. Demolerlo en nombre de una ley o de un Gobierno o de unos votos que son transitorios (y que, sin duda, no se pidieron para esto) no parece razonable. La vida de una sociedad, la de una nación, son largas. No las tronchemos por conseguir el favor de pequeños grupos. Los votos no abren una veda para todo.
Esto es lo que quería comentar. Detrás de un episodio electoral y un episodio religioso hay un episodio filosófico. Los votos no pueden decidirlo todo.
FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOSde las Reales Academias Española y de la Historia
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